Guárdense de toda suerte de codicia (Luc. 12:15).
La codicia quizás comience con un simple deseo. Pero si no se corrige, puede crecer rápidamente hasta dominar a la persona. El relato de Acán ilustra lo poderosa que es y lo rápido que puede crecer. Acán confesó: “Cuando llegué a ver entre el despojo un vestido oficial de Sinar, uno de buena apariencia, y doscientos siclos de plata y una barra de oro, que pesaba cincuenta siclos, entonces los quise, y los tomé”. En vez de rechazar su mal deseo, codiciosamente robó aquellas cosas y las escondió en su tienda. Cuando el pecado de Acán salió a la luz, Josué le dijo que Jehová lo iba a castigar. Ese mismo día él y su familia murieron apedreados (Jos. 7:11, 21, 24, 25). La codicia es un peligro que puede entramparnos en cualquier momento. Es posible que de vez en cuando tengamos un mal pensamiento o imaginemos algo inmoral, pero es vital que dominemos lo que pensamos y no permitamos que nuestros deseos crezcan hasta el punto de llevarnos a pecar (Sant. 1:14, 15). w14 15/8 4:13
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