Symeón (Pedro) ha contado cabalmente cómo Dios por primera vez dirigió su atención a las naciones para sacar de entre ellas un pueblo para su nombre (Hech. 15:14).
En una reunión del cuerpo gobernante celebrada en el año 49, el discípulo Santiago dijo lo anterior. Este nuevo pueblo que llevaría el nombre de Jehová incluiría tanto a judíos como a no judíos (Rom. 11:25, 26a). Más tarde, Pedro escribió: “En un tiempo ustedes no eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios”. Y explicó cuál sería su misión cuando les dijo: “Ustedes son ‘una raza escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo para posesión especial, para que declaren en público las excelencias’ de aquel que los llamó de la oscuridad a su luz maravillosa” (1 Ped. 2:9, 10). Tenían que alabar públicamente a Jehová y declarar su nombre. Tenían que ser valientes testigos de su Dios, el Soberano del universo, hasta la parte más distante de la tierra” (Hech. 1:8; Col. 1:23). w14 15/11 5:6, 7
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