Si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe (1 Tim. 5:8).
El apóstol Pablo indicó que los hijos y los nietos deben “[pagar] la debida compensación a sus padres y abuelos” cuando estos ya no pueden cubrir sus gastos. Pero también animó a todos los cristianos a estar contentos con las cosas básicas —comida, abrigo y techo— en lugar de esforzarse constantemente por mejorar su nivel de vida o asegurar su futuro (1 Tim. 5:4; 6:6-10). Así que, para cumplir con el deber de “[proveer] para los que son suyos”, el cristiano no necesita hacerse rico en este mundo que pronto pasará (1 Juan 2:15-17). No permitamos que “el poder engañoso de las riquezas” o “las inquietudes de la vida” impidan a nuestra familia “asirse firmemente de la vida” en el justo nuevo mundo de Dios (Mar. 4:19; Luc. 21:34-36; 1 Tim. 6:19). w14 15/4 4:9
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