Continuó constante como si viera a Aquel que es invisible (Heb. 11:27).
El faraón era un poderoso gobernante, un dios para los egipcios. Imagine cómo se sintió Moisés cuando Jehová le dijo: “Déjame enviarte a Faraón, y saca tú de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel” (Éx. 3:10). Moisés obedeció, proclamó el mensaje divino y provocó la ira del faraón. Después de que nueve plagas golpearon el país, este le advirtió: “No trates de volver a ver mi rostro, porque en el día que veas mi rostro morirás” (Éx. 10:28). Antes de salir de su presencia, Moisés profetizó que el primogénito del rey moriría (Éx. 11:4-8). Finalmente, mandó a las familias israelitas que degollaran una cabra o un carnero —animal sagrado para los devotos del dios Ra— y salpicaran con su sangre la entrada de sus casas (Éx. 12:5-7). Moisés no le tuvo miedo a faraón. ¿Por qué? La respuesta está en las palabras del texto de hoy. w14 15/4 2:1, 2
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