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jueves, 7 de julio de 2016

Derramaré mi espíritu sobre toda clase de carne, y sus hijos y sus hijas ciertamente profetizarán (Joel 2:28).
Jesús trataba con mucha bondad a las mujeres. ¿Recuerda cómo trató a una mujer que llevaba doce años padeciendo hemorragias? Cuando ella se acercó desde atrás entre la multitud y le tocó la ropa, ¿qué hizo él? En vez de regañarla, le dijo amablemente: “Hija, tu fe te ha devuelto la salud. Ve en paz, y queda sana de tu penosa enfermedad” (Mar. 5:25-34). Entre los discípulos de Jesús había algunas mujeres que lo atendían a él y a los apóstoles (Luc. 8:1-3). Y en el Pentecostés del año 33, unos 120 hombres y mujeres recibieron el espíritu de Dios de un modo especial (Hech. 2:1-4). Con ese milagroso suceso, Jehová indicó que le había retirado su apoyo a la apóstata nación de Israel y que ahora favorecía al “Israel de Dios”, compuesto por hombres y mujeres (Gál. 3:28; 6:15, 16). Entre las cristianas que predicaron las buenas nuevas en el siglo primero estuvieron las cuatro hijas de Felipe el evangelizador (Hech. 21:8, 9). w14 15/8 1:16, 17

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