Les envío profetas y sabios e instructores públicos (Mat. 23:34).
Con estas palabras, Jesús se refería a sus discípulos, a los que enseñó a usar las Escrituras en su ministerio. En el Pentecostés del año 33, uno de esos “instructores públicos”, el apóstol Pedro, se dirigió a una multitud en Jerusalén y citó varios pasajes de las Escrituras Hebreas. Al oírlo, muchos “se sintieron heridos en el corazón”. Arrepentidos de sus pecados, unos tres mil de ellos le pidieron perdón a Dios y se hicieron cristianos (Hech. 2:37-41). El apóstol Pablo habló a los miembros de una sinagoga de Tesalónica. “Por tres sábados razonó con ellos a partir de las Escrituras, explicando y probando por referencias que era necesario que el Cristo sufriera y se levantara de entre los muertos.” ¿Con qué resultado? “Algunos de [los judíos] se hicieron creyentes”, y también “una gran multitud de los griegos” (Hech. 17:1-4). w13 15/4 2:3, 4
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