Jesús vio a cierta viuda necesitada echar allí dos monedas pequeñas de poco valor (Luc. 21:2).
Imagínese lo que debió sentir la viuda cuando entró en el patio del templo con sus dos moneditas. ¿Se habrá sentido avergonzada al ver las grandes sumas de dinero que donaban los que iban antes que ella? ¿Habrá pensado que no valía la pena echar aquellas dos moneditas? Incluso si tales pensamientos le pasaron por la cabeza, nada la frenó: hizo lo que pudo por apoyar la adoración verdadera. Jesús mostró que tanto la viuda como su contribución eran muy valiosas para Jehová. Dijo que ella había echado “más que todos [los ricos]” (Luc. 21:3, 4). Claro, sus moneditas se habrán mezclado con lo que echaron los demás; sin embargo, Jesús la eligió a ella de entre todos para alabarla. Los tesoreros que luego vieron aquellas moneditas entre el montón jamás habrán adivinado lo mucho que significaban para Jehová. Pero lo que realmente importaba era el punto de vista de él, no lo que opinara la gente, ni siquiera lo que la viuda pensara de sí misma. w14 15/3 2:8-10
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