Padre, glorifica a tu hijo, para que tu hijo te glorifique a ti (Juan 17:1).
Ha caído la noche; comienza el 14 de nisán del año 33. Jesús y sus compañeros acaban de celebrar la Pascua, que conmemora la liberación de sus antepasados de la esclavitud en Egipto. No obstante, los discípulos fieles de Jesús están a punto de experimentar una liberación mucho mayor, una “liberación eterna”. Al día siguiente (pero en el mismo día judío del 14 de nisán), el Maestro será ejecutado por sus enemigos. Pero este detestable acto se convertirá en una bendición: la sangre perfecta que Jesús va a derramar permitirá que la humanidad sea liberada del pecado y la muerte (Heb. 9:12-14). Para asegurarse de que todos sus discípulos recordemos esta muestra de amor, Jesús instituye una celebración anual que reemplazará la Pascua. Parte un pan sin levadura, se lo pasa a sus 11 apóstoles fieles y les dice: “Esto significa mi cuerpo que ha de ser dado a favor de ustedes. Sigan haciendo esto en memoria de mí”. También les pasa una copa de vino tinto (Luc. 22:19, 20). w13 15/10 4:1, 2
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