Jesús sabía que las preguntas bien pensadas no solo ayudan al maestro a conocer mejor al estudiante, sino que envuelven a este en la conversación. Por ejemplo, cuando quiso darles a sus discípulos una lección de humildad, primero les planteó una pregunta que los hizo pensar en sus motivos (Mar. 9:33). Para enseñar a Pedro a razonar basándose en principios, le hizo una pregunta con diferentes opciones de respuesta (Mat. 17:24-26). En otra ocasión, cuando quiso sacar a la luz lo que los discípulos tenían en su corazón, les hizo una serie de preguntas de opinión (Mat. 16:13-17). Al combinar las preguntas con las afirmaciones, Jesús no se limitó a proporcionar datos, sino que llegó al corazón de sus oyentes y los motivó a actuar en armonía con las buenas nuevas. Cuando imitamos a Jesús utilizando preguntas bien pensadas, logramos al menos tres cosas: averiguamos el modo de ayudar más a las personas, vencemos objeciones y mostramos a los mansos cómo beneficiarse de su estudio. w13 15/5 1:10, 11
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