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martes, 14 de abril de 2015

Martes 14 de abril


El suelo de aquellos dos reyes de Israel y Siria, que te hacen sentir pavor morboso, será dejado enteramente (Is. 7:16).

En algún momento entre los años 762 y 759 antes de nuestra era, los reyes de Israel y de Siria le declararon la guerra al reino de Judá. ¿Qué pretendían? Tomar Jerusalén y sustituir al rey Acaz por otro hombre que seguramente no sería de la línea de David (Is. 7:5, 6). El rey de Israel tendría que haberlo pensado mejor. Estaba predicho que en el trono de Jehová se sentaría de manera permanente un descendiente de David, y lo que Dios dice siempre se cumple (Jos. 23:14; 2 Sam. 7:16). Al principio parecía que la alianza de los reyes de Israel y de Siria iba a tener éxito. ¡En una sola batalla, Acaz perdió 120.000 valientes guerreros! Entre ellos estuvo Maaseya, “hijo del rey” (2 Crón. 28:6, 7). Pero Jehová, que estaba observando y tenía muy presente su promesa a David, envió al profeta Isaías con un mensaje muy alentador, que en parte encontramos en el texto de hoy. w13 15/11 3:1-3

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