Digan entre las naciones: “¡Jehová mismo ha llegado a ser rey!” (1 Crón. 16:31).
David, el segundo rey humano que tuvo Israel, llevó la sagrada arca del pacto a Jerusalén. Durante esta alegre ocasión, los levitas entonaron una canción de alabanza que incluía las palabras del texto de hoy. ¡Qué declaración tan interesante! Ahora bien, si Jehová es el Rey de la eternidad, ¿cómo puede en ciertos momentos llegar a ser Rey? Pues bien, Jehová llega a ser Rey cuando, en un momento determinado o para encargarse de alguna situación, hace uso de su autoridad directamente o asigna a alguien para que lo represente. Este aspecto de su soberanía tiene una trascendencia de largo alcance. Antes de que David muriera, Jehová le prometió que su reinado continuaría indefinidamente: “Levantaré tu descendencia después de ti, que saldrá de tus entrañas; y realmente estableceré con firmeza su reino” (2 Sam. 7:12, 13). Y así fue: al cabo de más de mil años apareció esa “descendencia” de David: el Mesías, Jesucristo. w14 15/1 1:13, 14
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